Traducción: Ana Asensio y Ernesto Fernández
Hacienda, esta palabra tan sonora nos hace pensar en épocas feudales, tierras ricas y lugares señorales. Éstas aún existen: en los alrededores de Sevilla, nuestro equipo de fotógrafos encontró esta bien cuidada estancia almenada y blanca que florece del barroco sevillano. En sus patios, puertas, en sus arcos, en sus ventanas han permanicido los orígines romanos y las influencias moriscas de forma perceptible e inalterable cuya función originaria era la del cultivo de la aceituna. Las clásicas haciendas, hoy día son propiedad de familias adineradas, y se alzan orgullosas como vestigios de tiempos pasados.
Nuestro objetivo eran las blancas y orgullosas estancias que podíamos observar entre olivares verdes y colinas interminables. Al principio pensamos que eran „Fincas“, pero con uns sonrisa compasiva, nos dimos cuenta de la confusión. Una Finca podía ser tanto un trozo de tierra como una casita, o igualmente hasta un ayuntamiento. Lo que teníamos ante nosotros ojos eran haciendas: lugares con depósitos para el cultivo y aprovechamiento de la aceituna. Además también están las Dehesas,para la industria ganadera, y los Cortijos que se especializan en el cultivo de los cereales. Pero estos lugares históricos, debido a los profundos cambios en la agricultura, difícilmente se pueden encontrar hoy día.
La Torre de Doña María, una de las más bellas haciendas se encuentra al sur, a 20 kms. de Sevilla, se alza sobre un terreno histórico. Su torre árabe pertenecía al conjunto de torres de alrededor de Sevilla, que anunciaban de la llegada de enemigos a la misma, con el sistema de alerta típico de la época de la Edad Media (AWACS=Airborne Warning and Control System). Por la torre no sólo trepa hoy en día la hiedra, sino también una leyenda.
Foto: Einar Schlereth, autor del texto, en Dos Hermanas con su amigo Augusto Rembrandt (2008) Foto: Pedro Sánchez |
La historia de las haciendas se remonta atrás, a un tiempo en el queaún no se llamaban así; de hecho, Andalucía no se convirtió en parte de España, hast que los Reyes Católicos terminaron en el siglo XV con el domino de 700 años de los moros. antes de los árabes estuvieron allí los visigodos, antes que éstos, los vándalos, todavía antes los romanos y tiempo atrás los cartagineses y los fenicios. Todos ellos llegaron como conquistadores a la elogiada tierra de los celtíberos que Estrabón llamó "El Jardín de Hércules" y conocieron así con certeza los terrenos que durante siglos fueron el botín de victoriosos Señores y Caballeros. Todos ellos continuaron lo que los fenicios habían comnzado: el cultivo de cereales y vino para su exportación.
Da.
Concha Ybarra en la Torre de Doña María (Foto: Peter Lembke)
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La dueña de la Hacienda Torre de Doña María es Doña Concha de Ybarra, una Dama con clase, amable y gentil que es confidente y primera Dama de la Reina madre. Al igual quee todos los proprietarios que tienen casas en Sevilla o Madrid, habitan en ellas sólo por temporadas. Se usan éstas como lugares de ocio, para cazar, para alojar a la familia o para la época de la cosecha. Pero otros eran los tiempos en que la Hacienda se constituía como centro económico, llena de numerosa servidumbre, con caballos, mulas, palomares y gallineros. Sólo el administrador vive aún en
la finca y las estancias de los trabajadores permanecen vacías.
Actualmente, las aceitunas se preparan en las fábricas ya que
su cultivo se ha reducido y su precio baja constantemente. Por
esto se arrancaron los olivos y en su lugar se plantó trigo.
Durante meses el suelo erosionó por las duras condiciones de
viento y lluvia Doña Concha se lamenta de todo esto, pero lo que
para ella cuenta son los beneficios.
Santa Eufemia la encontramos después de varios días de infructuosa búsqueda; ésta respondía a todos los requisitos que buscábamos con claridad. Así, el azar nos hizo encontramos con otra propiedad de la Fa- inilia Ybarra. La Hacienda se encuentra al borde de una pequeña meseta al oeste de Sevilla cuyo punto más alto es de 187 m. En tiempos pasados, este lugar se consideraba la huerta sevillana por excelencia. Es una tierra fértil con suficiente agua para cultivar aceitunas, higos y hortalizas de todo tipo de una excelente calidad. Femando III pudo arrebatar Sevilla a los árabes una vez que consiguió romper la conexión de éstos con el Aljarafe.
Con seguridad se alzaba aquí una villa en tiempos romanos, perteneciente a un noble y con la cristianización de los visigodos se convertiría en un convento de monjas. Del año 1698 conserva su forma actual, un buen ejemplo del barroco sevillano. La zona residencial sigue siendo de un estilo sobrio y práctico, así como el diseño de las torres y dependencias que la componen. También componen Santa Eufemia una especie de campanario con arcos, pilastras, volutas que concluyen en una cruz de hierro foijado y una veleta. El mirador está techado, adornado en sus cuatro esquinas por cántaros y una balaustrada desde la que se puede ver la casa y los jardines. Una de las particularidades de esta hacienda es su mirador, separado del resto de la edificación, y la casa de los guardas. Desde aquí hay un camino hacia arriba que conduce a la vivienda creada por un arquitecto francés a finales de siglo y que está pintada de Burdeos y blanco y situada en medio del jardín. La fachada frontal está divida por balconadas, mientras que la parte Este tiene arcos de mármol para protegerla del calor y de la intensa luz. El armónico dinamismo del conjunto de arcos se repite en la primera planta de la terraza y una vez más en el columnado patio interior. Antiguamente llegó a tener la Hacienda, que linda con el pequeño pueblo de Tomares su máximo esplendor.
Pero entretanto, la familia Ibarra ha ido vendiendo grandes partes de las plantaciones de olivo como terrenos edificables sobre los que se han construido viviendas para la clase media. La dueña de la casa es Doña María Josefa, una dama soltera de duras facciones. Diligentemente nos acompaña a través de las muchas estancias solitarias con valiosos muebles y pinturas que aguardan el seguro final de sus días. Así mismo nos brinda algunas breves explicaciones en las que se percibe el poco apego que ella le tiene a estas cosas. Ni ella ni Doña Concha saben qué será de sus posesiones. Ambas son la rama de una gran familia en decadencia que como representantes de la alta nobleza terrateniente desaparecerán como las propias haciendas que decaen día a día y que finalmente desaparecerán.
Muchas
culturas dejaron aquí su huella
Bujalmoro
pertenece a Juan de Ibarra, un primo de Doña Concha. El explica el
nombre de la hacienda como proveniente de dos palabras árabes: buj =
torre y almoroz = carretas. En realidad, una torre de vigía
de tiempos de los árabes, que servía para el cambio de caballos. En
tiempos de la reconquista por los españoles cayó esta gran
propiedad de 600 hectáreas, que por entonces todavía era una
dehesa, en manos de los marqueses de Tarifa, cuyo escudo de armas aún
se puede ver
en el exterior de la casa. “Los edificios más antiguos proceden
del siglo XVII”, nos cuenta Don Juan, “y hasta el siglo XVIII se
cultivó la vid, hasta que la filoxera la exterminó por
completo. Fue entonces cuando Jerez se convirtió en la gran
ciudad vinícola, gracias a la llegada de nuevas cepas americanas,
y Bujalmoro en una Hacienda más. Y ello significó además una
remodelación arquitectónica al por entonces dominante estilo
barroco. De aquella época proceden el mirador, el pórtico de
entrada y “la falsa torre”, el contrapeso de la contundente
prensa de aceitunas.
En
la Torre de Doña María: Einar Schlereth, Rafael Sánchez (Capataz),
Peter Lembke y Rafael Rodríguez Román, en 1981 (Foto: Pedro
Sánchez)
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Ésta
fue levantada con piedra y barro, una antiquísima técnica de
construcción que explica por qué quedan tan pocos vestigios
arquitectónicos de época temprana. “Cuando yo era niño”
dice el sexagenario don Juan, “aún vi la prensa funcionando,
allá por los años treinta. Era una prensa hidráulica,
construida a principios de siglo. ¡Qué gran calidad la de aquel
aceite! No he vuelto a ver uno tan bueno desde entonces. Pero
después ya no se pudo competir con las fábricas modernas, y
poco a poco todas las antiguas prensas fueron dejando de utilizarse.
Y hoy ya no merece la pena ni si quiera cultivar aceitunas para
aceite. Por eso se arrancaron los árboles, y en su lugar se cultiva
trigo, girasol y maíz. Ésas que ustedes han visto fuera, las que
están recogiendo, son aceitunas de mesa”.
Son aceitunas grandes como ciruelas, como nunca las habíamos visto antes. Nada de extrañar, pues todas son exportadas a los Estados Unidos. Pero el señor Ybarra ve el panorama muy negro. ¿Por qué? Porque ahora en California, en los antiguos campos petrolíferos, medran los olivos, y en pocos años sus cosechas desplazarán del mercado a la aceituna española. Allí se cultivan hasta 300 árboles por hectárea -en lugar de los 90 aproximadamente que se venía haciendo aquí antes, gracias a modernas técnicas de irrigación-, lo que consecuentemente supondrá un rendimiento tres veces mayor. De todas formas, para aprovechar las nuevas posibilidades, el señor Ybarra ya ha comenzado a aplicar estas nuevas técnicas en sus campos.
Don Juan parece haber heredado algo del ingenio empresarial de su tatarabuelo, al que James A. Michener en su interesantísimo libro “Iberia” levantó un monumento. Aquel Conde de Ybarra, cuyo cuadro cuelga de la chimenea, vino del País Vasco a Sevilla en su juventud, y levantó un imperio empresarial que englobaba desde haciendas a ganaderías, fábricas de aceite, compañías navieras, e incluso una planta de producción de caviar, después de que él mismo introdujera el esturión en el Guadalquivir. Como alcalde de Sevilla, además, revitalizó en 1847 la Feria de Sevilla, una tradición milenaria que desde entonces se convirtió en un negocio multimillonario y de reconocimiento turístico internacional.
Cuando tras horas de conversación dejamos a don Juan, el sol poniente envuelve el patio interior con una acogedora luz roja, los caballos son llevados al abrevadero, y los jornaleros terminan su jomada de trabajo. ¿Un idilio? Sí, pero con las horas contadas.
La forma básica de la Hacienda, uno o varios patios totalmente rodeados por construcciones, bien para vivienda o para las actividades productivas, es antiquísima. La “Villa”, como en fuentes romanas fue descrita por primera vez, era una residencia permanente y confortable, como demuestran los baños termales hallados. Los visigodos, que trajeron a España una forma de cristianismo herético, añadieron a la finca capilla y torre de vigilancia. Los moros, con su amor por los árboles frutales y las flores, dotaron sus alquerías de jardines, y construyeron las norias-sistemas de bombeo de agua tirados por muías o asnos- que normalmente se encontraban en el centro del patio. Les daban a las edificaciones una capa de pintura rosácea, tal como aún puede hallarse en algunas haciendas, mientras que el hoy típico color blanco de las construcciones es de fecha mucho más reciente.
Son aceitunas grandes como ciruelas, como nunca las habíamos visto antes. Nada de extrañar, pues todas son exportadas a los Estados Unidos. Pero el señor Ybarra ve el panorama muy negro. ¿Por qué? Porque ahora en California, en los antiguos campos petrolíferos, medran los olivos, y en pocos años sus cosechas desplazarán del mercado a la aceituna española. Allí se cultivan hasta 300 árboles por hectárea -en lugar de los 90 aproximadamente que se venía haciendo aquí antes, gracias a modernas técnicas de irrigación-, lo que consecuentemente supondrá un rendimiento tres veces mayor. De todas formas, para aprovechar las nuevas posibilidades, el señor Ybarra ya ha comenzado a aplicar estas nuevas técnicas en sus campos.
Don Juan parece haber heredado algo del ingenio empresarial de su tatarabuelo, al que James A. Michener en su interesantísimo libro “Iberia” levantó un monumento. Aquel Conde de Ybarra, cuyo cuadro cuelga de la chimenea, vino del País Vasco a Sevilla en su juventud, y levantó un imperio empresarial que englobaba desde haciendas a ganaderías, fábricas de aceite, compañías navieras, e incluso una planta de producción de caviar, después de que él mismo introdujera el esturión en el Guadalquivir. Como alcalde de Sevilla, además, revitalizó en 1847 la Feria de Sevilla, una tradición milenaria que desde entonces se convirtió en un negocio multimillonario y de reconocimiento turístico internacional.
Cuando tras horas de conversación dejamos a don Juan, el sol poniente envuelve el patio interior con una acogedora luz roja, los caballos son llevados al abrevadero, y los jornaleros terminan su jomada de trabajo. ¿Un idilio? Sí, pero con las horas contadas.
La forma básica de la Hacienda, uno o varios patios totalmente rodeados por construcciones, bien para vivienda o para las actividades productivas, es antiquísima. La “Villa”, como en fuentes romanas fue descrita por primera vez, era una residencia permanente y confortable, como demuestran los baños termales hallados. Los visigodos, que trajeron a España una forma de cristianismo herético, añadieron a la finca capilla y torre de vigilancia. Los moros, con su amor por los árboles frutales y las flores, dotaron sus alquerías de jardines, y construyeron las norias-sistemas de bombeo de agua tirados por muías o asnos- que normalmente se encontraban en el centro del patio. Les daban a las edificaciones una capa de pintura rosácea, tal como aún puede hallarse en algunas haciendas, mientras que el hoy típico color blanco de las construcciones es de fecha mucho más reciente.
Mirador
de la Hacienda de Maestre (Foto:
Peter Lembke)
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Una
característica de la hacienda era la viga.
Una de las prensas todavía existentes pudimos visitarla en la
Hacienda Ibar- buru. La aceituna -de poca carne y duro hueso- era
primero pasada por el molino para ser machacada por piedras
cilindricas. La pasta se mezclaba entonces con agua caliente, antes
de ser llevada a la prensa, cuyo brazo central -la “viga”-, de al
menos diez metros de longitud, estaba compuesto por varias piezas de
pesada y compacta madera. Había tres rondas de prensado. Las dos
primeras proporcionaban un aceite de primera categoría, y
la tercera uno de calidad menor.
La mezcla de aceite y agua iba a continuación a la bomba, un recipiente de barro de más de tres metros de profundidad, donde el aceite y el agua se separaban de manera natural. El aceite era después repartido en vasijas y llevado al almacén, donde se guardaban los recipientes semienterrados en arena compactada para que no se rompieran. Este sistema de prensado de la aceituna parece proceder de tiempos romanos, sistema que probablemente ellos mismos habían tomado de algún otro pueblo anterior, pues, como los españoles, tampoco fueron ellos quienes realmente revolucionaron la agricultura. Para la nobleza hispana el trabajo agrícola o ganadero era considerado impropio de su dignidad.
Debido a esta actitud no pudieron conservar la avanzada tecnología de los moros. Las ingeniosas instalaciones de regadío árabes decayeron. James A. Michener dio buenos ejemplos de cómo la nobleza eliminó sistemáticamente la agricultura española. Los pequeños agricultores libres de las grandes regiones centrales de España fueron así arruinados por los innumerables rebaños de ovejas y cabras de los nobles. Hasta hoy nos llegan las consecuencias de su miope visión de vencedores. La extrema sequía del pasado año debe considerarse en relación con la profusa explotación de las últimas dos décadas. Si la esquilmación no es rápidamente detenida, el Sahara pondrá un pie firme en Europa, y las agencias de viaje podrán ofrecer excursiones en camello desde Málaga al interior del país. Los camellos para ello ya existen, del todo asilvestrados en las Marismas, cuyas extensos humedales en la desembocadura del Guadalquivir sirven de estación de paso para las aves migratorias en su camino entre Africa y Europa.
La mezcla de aceite y agua iba a continuación a la bomba, un recipiente de barro de más de tres metros de profundidad, donde el aceite y el agua se separaban de manera natural. El aceite era después repartido en vasijas y llevado al almacén, donde se guardaban los recipientes semienterrados en arena compactada para que no se rompieran. Este sistema de prensado de la aceituna parece proceder de tiempos romanos, sistema que probablemente ellos mismos habían tomado de algún otro pueblo anterior, pues, como los españoles, tampoco fueron ellos quienes realmente revolucionaron la agricultura. Para la nobleza hispana el trabajo agrícola o ganadero era considerado impropio de su dignidad.
Debido a esta actitud no pudieron conservar la avanzada tecnología de los moros. Las ingeniosas instalaciones de regadío árabes decayeron. James A. Michener dio buenos ejemplos de cómo la nobleza eliminó sistemáticamente la agricultura española. Los pequeños agricultores libres de las grandes regiones centrales de España fueron así arruinados por los innumerables rebaños de ovejas y cabras de los nobles. Hasta hoy nos llegan las consecuencias de su miope visión de vencedores. La extrema sequía del pasado año debe considerarse en relación con la profusa explotación de las últimas dos décadas. Si la esquilmación no es rápidamente detenida, el Sahara pondrá un pie firme en Europa, y las agencias de viaje podrán ofrecer excursiones en camello desde Málaga al interior del país. Los camellos para ello ya existen, del todo asilvestrados en las Marismas, cuyas extensos humedales en la desembocadura del Guadalquivir sirven de estación de paso para las aves migratorias en su camino entre Africa y Europa.
Nota
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Artículo publicado en la revista alemana ‘architektur und
wohnen = Arquitectura y vivienda’ en su número 2 de 6 de
junio de 1984.
Buenas fotos de buenas gentes!!!! Un ABRAZO, AMIGO!!!
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